Un día común. Todo lo que debe
suceder, sucede. Aún cuándo sea un día común. Era tarde en la mañana, mientras
hervía el agua para el té, y ponía la mermelada sobre el pan tostado. Un día
común. Cómo el día de ayer, y el de mañana. Despacio, el sol acaricia los
zócalos del suelo de la cocina, el sonido de la mañana silenciosa se interrumpe
por el comentario del hombre del clima. Una mañana fresca en buenos aires. Una
tarde nublada, con probabilidad de chaparrones intentos y vientos fuertes.
La taza
en silencio, espera. El sonido del hervor, inunda los oídos. El saquito de té
se disuelve en el agua, cómo las horas en la vida. No escucha los pájaros, ni
ve las hojas del otoño. Demasiado frágil para éste mundo, demasiado cruel. Así,
despacio y en silencio, se encamina hacía el cuarto. Sobre la cama espera él,
vacío y degollado. La noche es el momento perfecto para cualquier crimen, de
amor o de odio. Ella lo sabía. Y él no se despertó otra vez con el sonido del
hervor, ni escucho los pájaros, ni tuvo que abrigarse para una mañana fresca en
buenos aires.
Hueso
por hueso, llega el silencio. El amor se desmorona, dejando al rencor en el
centro de la escena, iluminada por los años gastados, por los recuerdos
muertos, sin alma, que son el último ápice de esperanza, que quizá, sea el peor
de los males. Él no siente el cuchillo
cortando sus manos, sus oídos, sus piernas, ni la bolsa fría dónde se guardan.
Hueso por hueso, llega el silencio. El tiempo se repite a si mismo, y el
sentimiento no se quita de su pecho, ese sentimiento de odio, rencor y
desesperanza.
Bajando
las escaleras, con cuidado y en completo silencio. Gota a gota se dibuja un
rastro de sangre, que lleva desde la habitación en el primer piso hasta el
jardín. El jardín más hermoso del mundo. Los pájaros son testigos, testigos de
otro día común donde las cosas deben suceder cómo suceden. La bolsa pesada y
llena de recuerdos, huesos, órganos y lágrimas roza el suelo, lo que deja casi
una impresión fotográfica sobre el césped más hermoso del mundo.
El
lugar indicado es siempre dónde nunca ilumine el sol. Por que algunas personas
simplemente, no lo merecen. El agua de la manguera moja la tierra, antes de que
la pala la penetre, de una vez y para siempre, nunca volverá a ser lo mismo. La
tarde es fría, y ella está casi desnuda. Abriendo de a poco un baúl en la
tierra dónde arrojar sus detestables restos, los horribles y grotescos
recuerdos de un amor odioso. Cuándo el agujero está hecho, con fuerza y en un
estallido de lágrimas, lo empuja adentro con sus pies llenos de barro.
Solo
los pájaros son testigos de un día común, cuando una mañana fresca se convierte
en una tarde fría, y llena de vacíos por toda la casa, e incluso en el jardín
más hermoso del mundo. Ahora es momento de empacar, guardar toda su vida en una
pequeña valija de color gris con una manija negra. No escuchó ni un solo
pensamiento mientras se bañaba, ni cuando se miro al espejo. Incluso cuando vio
la cama manchada de sangre.
Caminó
despacio hacía la puerta, clac – clac. Pensamiento por pensamiento, paso tras
paso, segundo tras segundo, recuerdos brotando por las paredes, como sangre.
Los gritos en su cabeza, las voces. En cuanto giro el picaporte, escuchó la
televisión que no recordó apagar. Pero eso no la detuvo. Corrió hasta el auto,
se encerró dentro, resguardándose de la lluvia fría. Y entonces recordó lo que
el hombre del clima dijo, probabilidad de chaparrones intensos y vientos
fuertes. Ésta sería, sin dudar, la lluvia más común en un día común, donde las cosas
suceden aunque no deban suceder.